Hay
veces que la vida se empeña en ponértelo complicado. Veces en las que caminas
pacíficamente y te topas con algo desagradable e inesperado, con soluciones
desagradables aunque esperadas. Veces en las que lo esperado no es bienvenido y
te revelas contra ello. Veces en las que la resistencia te hace sufrir. Veces
en las que aceptar no es la primera opción y te pones en pie de guerra sabiendo
que la batalla está perdida antes de empezar.
Veces en las que la sabida derrota no es un síntoma de debilidad sino de
sabiduría. Veces en las que lloras amargamente y deseas volver a la infancia.
Veces en las que el recuerdo maravilloso del regazo de tu madre te transporta a
la protección más infinita jamás vivida. Veces en las que sabes que lo vivido
te ha hecho ser quien eres, pero que ahora toca otra cosa. Veces en las que te
bebes las lágrimas, te echas un extremo de la bufanda a la espalda y sigues caminando porque sabes que ese es el
momento, el momento en el que empiezas a cambiar y a estas alturas, ya sabes que el cambio llega más pronto que
tarde. Veces en las que esto ocurre... pero solo ocurre a veces. Salud.
28 de noviembre de 2013
17 de noviembre de 2013
CUÉNTAME UN CUENTO
Había
una vez una princesa a la que le gustaba escribir pero no solía hacerlo. Quizá
pensaba que no era buena para ello y aquel pensamiento no hacía volar su lápiz
sobre el papel. Tenía muchas ideas pero no le parecían brillantes ni dignas de
quedar reflejadas en sus bellos y dorados cuadernos.
Un
día la princesa enfermó y entristeció profundamente. Hablaba poco y salía poco,
así que comenzó a escribir todo lo que sentía en un diario. Cada día contaba
cómo había transcurrido y sus historias, aunque ahora en el papel, seguían siendo
suyas. A lo largo de su convalecencia
escribió, escribió y escribió en cuadernos que le hacían llegar desde diversas partes del mundo.
Poco
a poco la princesa se recuperó y abandonó su particular destierro. Abrió los
ojos, se puso su mejor vestido, tomó aire y abrió la puerta. Tenía un deseo y
una convicción “todo sería como antes”. Necesitaba la invariabilidad, que todo
fuera igual. Tenía miedo de ver en el espejo a otra princesa, miedo a no
reconocerse. El miedo la paralizó así que apartó la mirada de la nueva
princesa, convencida de que si no la veía, no existía. Cuando tuvo la certeza de que cada pieza
estaba en su lugar, de que no había nada patas arriba, fue cuando se produjo el
verdadero cambio.
Comprobó
que no reía igual, no caminaba igual, no hablaba igual, no se divertía igual,
no comía igual, no respiraba igual, no pensaba igual, no lloraba igual, no
abrazaba igual, no quería igual… la transformación había llegado de forma
discreta, tranquila, serena y dando señales que la princesa supo
interpretar e integrar.
Se
miró y vio a la princesa que quería ser, estaba en paz. Era una nueva mujer,
madre, hija, amiga… cambió y con ella su entorno. Aún quedaba recorrido pero
estaba en el camino.
Y el
nuevo cuento ha comenzado y este es de los que acaban bien. Salud
4 de noviembre de 2013
4 ESTACIONES
Primavera, verano, otoño e invierno. 4 estaciones, 4
oportunidades, 4 ciclos.
Tengo
suerte. Siempre la he tenido. Sí, a pesar de las revisiones, a pesar del mazazo,
a pesar del cáncer… porque para tener
cáncer, también hay que tener suerte. Y no hablo de la fase en que se detecta,
no hablo de las sesiones de quimio, no hablo de las sesiones de radio, hablo de
la manera en que te enfrentas a tu enfermedad y de la manera en que decides vivir
tu recuperación. Hablo de la decisión de abrir los ojos a la vida y tomar
conciencia de quien eres y de dónde estás. Hablo de tirar para adelante, de
agarrarte al asiento y de pronunciar “no me moverán”. Hablo de poner buena cara
a los nubarrones y decir que estás bien con voz firme. Hablo de derrumbarte
para volver a levantarte una y mil veces. Hablo del miedo que espantas porque
no quieres ver ni de lejos y le dices que “hasta aquí”. Hablo de todo mi
equipo, el que yo ya tenía pero que tomó posiciones para ganar el partido
cuando el cáncer llegó, el equipo que no me dejó caer, que me quiso, que me
cuidó y me sujetó.
Hay
veces que las ideas están ahí, no se sabe muy bien por qué, o como han llegado,
pero están ahí. Creencias que se mantienen a lo largo de la vida, bueno, no
toda y convives con ellas sin más. He asociado las estaciones del año a
determinados estados emocionales y aún me pregunto de dónde ha salido semejante
conclusión.
La
primavera siempre me ha parecido maravillosa. Los días largos, las excursiones,
el olor de primavera, los primeros días de playa, la huerta creciendo, la luz, el sol, las flores… en primavera
nació mi 2h, mi rosa de mayo.
El
verano era mi estación preferida. Vacaciones, calorcito, paseos, fiestas,
pueblo…
El
otoño fue la estación de la tristeza, de la melancolía, en la que tocaba
desprenderse de las maravillas del verano, quedaba atrás mucha diversión.
El
invierno daba la opción del recogimiento fundamentalmente… con lo mal que se
lleva esto en determinados momento de la vida. Mucho frío, mucha casa, mucha
reunión familiar.
Reconozco
que estas convicciones cambiaron cuando un verano me tocó recibir la peor
noticia de mi vida, la que más me desestabilizó, la que hizo que esta estación
se convirtiera en un auténtico infierno. Cambió también cuando el otoño se
transformó en el momento ideal para desprenderme del horror y comenzar una
intensa recuperación. Continuó cambiando cuando florecí en invierno, un cálido
y largo invierno que dejó paso a una primavera que consolidó lo que había nacido
al amparo del dulce frío.
Yo
me siento afortunada. Quizá sea ingenua, quizá realista, quizá soñadora, quizá
objetiva, quizá libre, quizá práctica. De cualquier manera, sé dónde radica mi
suerte y por qué soy feliz. Me satisface
el día a día, la simplicidad, la facilidad y la rutina de la vida, cocinar,
leer, charlar, escribir, preparar la ropa para el día siguiente, reciclar,
recoger a los niños en el cole, observar, hacer la compra, ir a trabajar, echarme en el sofá, callar, rodar
por el suelo con mi 3h, respirar,
dormirme, amanecer un nuevo día…
Ahora
no tengo una estación “ideal”. No prefiero ninguna. Todas están bien. En todas
hay algo positivo, porque lo maravilloso no es lo que traen, sino lo que vivo. Salud.
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